sábado, 30 de julio de 2011

Procesos

    Y antes de irse, despidiéndose de toda la mierda que le hizo mal, pero también de la dulzura del viejo que lloraba y lloraba con los ojos secos, me heredó lo que yo siempre quise, el salto al pasado y la certeza de lo que realmente fue. Porque estamos de vuelta, y no tiene por qué negarse esta especie de absolución divina, no para sí misma, sino para los que ahora sé hijos de puta, con nombre y apellido.
     El combo fue completo, porque en ese entonces no valía el golpe y nada más, porque eso no alcanzaba para que alguien soltara la lengua, mucho menos mi mamá, y bien que me lo puedo imaginar. En ese entonces ella era una chica bien, que dejó de ser bien, según mis abuelos, el día que se juntó con mi papá. Desde Francia leía y me reía cuando en el medio de las manifestaciones de extrañamiento de mi abuela Celia, se colaba un “si no hubiera sido por tu padre”. Pero creo que lo decía por costumbre, para tener algo de qué quejarse y no por resentimiento. Quién sabe.
     Me gustó siempre la historia de cómo se conocieron, porque ninguno mintió y agrandó las cosas, o le atribuyó al encuentro alguna intervención del destino. Su primer enamoramiento fue racional, porque entendí después de escuchar varias veces cómo se dieron las cosas, que todo se remitió a una admiración de ideas, de capacidad, de forma de crear el mundo con las mismas palabras que otros condenaban cuerpos.  Y después, tan rápido que hasta ambos difieren en los tiempos de los hechos, el enamoramiento fue pasional; ahí ya no quise saber más detalles.
       Él estaba en la universidad, filosofía. Me volvió loca toda la adolescencia con sus planteamientos que iban más allá, de eso nunca se dio cuenta, de mis capacidades cognoscitivas. Pero le gustaba que yo aprendiera, que fuera una chica pensante; decía que conocer era la única vía para cuestionar, y que del cuestionamiento venía  todo lo demás, creación y superación. A él se debe mi necesidad cuasi compulsiva de tener la última palabra, de no aceptar lo que se me ofrece y nada más. Esto se volvió en su contra en algún momento, cuando quise volver a casa, y él insistía en que todavía no era el momento, y mamá me pedía paciencia, y yo que tenía ganas de tomarme un avión, estar acá, que mágicamente todo se resuelva, pero no, yo sabía que no era posible y que ellos tenían razón, por eso nunca tomé el avión, y esperé.
    Mamá sabía que tenía parte de culpa en que yo no entendiera y no aceptara, porque me hizo vivir en una burbujita de cristal; me condenó a varios años de estupidez, acá y allá, allá y acá, callándose de golpe cuando apenas si mencionaba algo relacionado al proceso. Y yo no preguntaba, nunca lo hice. Ni siquiera cuando me hicieron armar las valijas y salir al otro día para Europa. No pude saludar a mis abuelos y tíos, tampoco avisar a mis amigos. Me llevaron así nada más, llorando pero sin reclamos.
     Me acuerdo del viaje en avión, de mi cara de susto cuando papá no supo qué contestar cuando pregunté cuándo volvíamos. También de la expresión de mamá, que con cada kilómetro parecía desprenderse de un recuerdo más. Ahora comprendo que no los estaba liquidando, sino guardando celosamente para regalármelos este día. Y me alegra saber al fin cómo fueron las cosas, aunque sienta la garganta cerrarse con un grito de llanto implacable, que sube y sube, que crece y explota. Me quiebro. Pero ya habrá tiempo para tener pena, después, cuando conozca  todos los detalles que ahora se me presentan así, sin filtro, con toda la malevolencia de la realidad que se me cae encima y se revela mientras mi mamá se enfría.
    “Fue un momento de mierda, porque teníamos tanto miedo… pero no lo decíamos, nunca hablábamos de eso.  Fuimos  valientemente cobardes, y nos enfrentamos a lo que venía, hasta que se llevaron a tu papá. Entonces me aterré y cometí la estupidez de preguntar por él. También me llevaron”.
       La voz se hizo casi imperceptible cuando habló de submarinos y yo no entendía, hasta que explicó cómo le aplicaron uno mojado y casi se ahoga en la meada de un coronel, el mismo que después  le arrancó la ropa, el mismo que la violó hasta desangrarla, el mismo que le pateó el vientre porque ya casi que ni reaccionaba.
       Me retorcí, incliné la cabeza para que mi mamá no viera como los labios se me ponían verdes de repugnancia. Estoy conociendo papá, me gustaría decir, y ya tengo mis críticas, y ya tengo mi forma de superar todo esto. Que todos conozcan papá, para que no tengamos que cargar con esto vos y yo solos, porque mamá ya se está yendo.  Él no me mira, la mira a ella, que le sonríe como hace veinte años,  y seguramente como hace cuarenta.
        Me piden que no llore, y yo ni siquiera noté que lo estaba haciendo. Al fin tengo mi herencia, la verdad de lo que pasó, y la burbuja se hace mierda contra el piso, contra las paredes, contra el vientre de mi mamá. Y no sé por qué carajo tengo uno de esos procesos mentales que te llevan a certezas que no querías tener, y cuando vi a mi mamá que ya se moría le pregunté: “¿y el coronel?”. Ella se quedó callada antes de decirme “José Ignacio Corrado”. Y se murió nomas, mirando a Manuel, el filósofo, que ahora lloraba con los ojos húmedos. Al fin entendí a la abuela Celia, al fin sé el nombre del hijo de puta mayor, y al fin tengo razones para querer decir au revoir.

viernes, 29 de julio de 2011

La piedra

Que la lágrima caiga pesada
y la piedra en el pecho se rompa
o se digiera,
pero que deje
que deje de matarnos así,
como burlándose
mientras nos rompemos la cabeza pensando,
estrangulando los miedos
para no parar con este aguacero, 
con este calor helado que calcina los huesos
y nos aleja otra vez,
un poco más,
sin detenerse,
sin preguntar.

Cae la lágrima pesada,
caen los ojos y la mirada de hace dos veranos
cuando conjugamos nombres,
historias,
una verdad que nos enterró desde el principio
sin darnos chance
a elegir,
y salvarnos,
y malgastar tiempo.

No hay  luna y no hay aire,
la piedra baja despacio,
nos mata,
nos pierde.
No estás y no estoy,
y todo tiene ese gusto amargo
de la necesidad que avanza,
un poco más,
sin detenerse,
sin preguntar.

miércoles, 27 de julio de 2011

Tira y afloje

   "Te juzgo porque tengo ganas, porque te extraño y me saca de quicio saber que te tuve y ahora no tanto, que estás lejos y no tenés las mismas ganas que yo de vernos. Por eso me enojo y puteo, y tengo hasta ganas de llorar un rato, porque hace mucho no lo hago y quizá así me distraiga. Pero estás al margen de todo, decidido a darme alguna especie de lección divina cuando, en realidad, solamente podés aligerar mis penas y potenciar mi deseo.
   ¿Te rendiste? venías muy bien, jugando conmigo al tira y afloje, peleando y sacando lo peor de mí, demostrándome que soy tan humana como cualquiera, que te puedo querer y odiar, que mañana tal vez me muera de ganas de tenerte conmigo y dentro de unos días prefiera enterrarte en el calendario.
   ¿Me extrañas? yo sé que sí, me lo dijiste una vez, cuando yo estaba lejos y vos me buscabas, y yo más ignoraba lo que intentabas decirme. Siempre te gustaron los inconvenientes, y bonito inconveniente te encontraste. Porque al principio no quise ser la loca que te llamaba cuando estaba triste y necesitaba contarte sus cosas, que la llevaras al cine o simplemente que te acostaras con ella en el pasto, callados, para hacerse cosquillas y matarse a reclamos. No, yo no quise eso. Pero me gustó tanto, me gusta tanto...
     Y ahora es imposible para mí no esperar la perdida en el celular, el mensajito tierno. Peor aún, no puedo contenerme y yo misma escribo, como si fuera otra, te extraño, ¿nos vemos? . Son complicadas las cosas, y estamos bien jodidos, porque como dos estúpidos, nos queremos".

martes, 26 de julio de 2011

Au revoir

Compramos la ilusión del encuentro furtivo,
de la novedad que no quiere ser rutina,
por eso prendemos y apagamos la luz,
nos reconocemos cada lunes, cada jueves
y un domingo al mes,
cambiamos las sábanas
y los nombres,
nos decimos adiós en francés.
Estiramos el preámbulo,
nos volvemos ridículamente hipócritas
jugando a que no sabemos lo que el otro piensa
cada vez que suena un celular
y cantamos au revoir.


Pero cuando me voy y te vas 
todo queda asquerosamente silencioso,
porque ya no se escuchan los suspiros
y la súplica que sigue,
ni tampoco el silencio al acabar,
cuando tenemos miedo de decir cualquier cosa
y destruir la novedad,
volvernos rutinarios,
querernos.

sábado, 23 de julio de 2011

Changüí

Ahogarme en tu perfume
ahogarte en un abrazo
suplicar que el tiempo sea cómplice
y nos dé quince minutitos más,
un changüí  para ser dos
mientras la ropa se arruga.
caer 
       caer
             caer

(y volver a empezar).

martes, 19 de julio de 2011

El turno

   Hace frío, aunque el calefactor esté prendido hace rato y la habitación sea tan chica que asfixie. El olor a jabón se mete a través de la ropa, hasta llegar a la piel desnuda y pegarse a los huesos...
   Todavía quedan dos horitas del turno, por eso nadie molesta y el hombre se estira, apenas rozando a la mujer que anoche durmió con él. Siente asco de sus pechos, de sus caderas amplias, de los tequieros inmundos que suenan falsos aunque los repita una y otra vez. Inés, sí, Inés sigue ahí, él también, a pesar de que quiera dejarla y salvar la poca dignidad que todavía tiene.
   Hace memoria, recuerda muy poco de la tarde, de las cosas que los llevaron a terminar en un hotelucho. No sabe si él la llamó, o si ella fue la que suplicó o amenazó hasta conseguir lo que quería. En los hechos da igual, porque como tantas otras veces terminaron así, cogiendo, sin decir nada, sin besos.
   Inés siempre fue de esas minas que mejor perderlas que encontrarlas, pero que cuando encontrás no podés dejar. Ostentó toda la vida esa puta costumbre de profanar los sentimientos que cualquiera pudiera tener hacia ella. Todo ensució, todo logró volver asqueroso e inestable.
   Él la quiso una vez, hace mucho, cuando conoció sus ojos opacos y el vientre plano. Él  deseo el cuello frágil y la fuerza de sus piernas. Y tuvo todo eso, varias noches como ésta, cuando ella se sentía sola y lo llamaba, cuando él le suplicaba un encuentro, cuando los dos querían enfrentarse a la necesidad, juntos. Pero ahora todo es diferente, ahora la ve con amargura y no quiere ni rozarla.
   Los labios están tan pálidos que siente náuseas al recordar cómo los deseó esta tarde, cómo la convenció (de esto duda) del encuentro furtivo. Una arcada. Cierra los ojos y deja de pensar, desconecta el cuerpo, sigue respirando. Queda una hora y media, ya se termina, todo se termina. Ya no habrá que enfrentarse al después, porque Inés está rígida, con el vientre hinchado, y él apenas si la quiere volver a tocar para aprovechar lo que queda del turno.

Extrañamientos

Para mis amigos
 y sus  ventanitas titiladoras.

   La lluvia debe tener algún efecto secundario- y de carácter universal- que provoca reiterados extrañamientos, porque no dejan de titilar ventanas con ese reclamo urgente al tiempo. Quisiera tener alguna respuesta más o menos satisfactoria, aconsejar desde la experiencia que dudo tener, pero no me sale más que ofrecer un abrazo, de esos que duran mucho y hacen terriblemente bien.
   Tengo la certeza de que no importan los relojes, los calendarios, los mapas, todo ese compendio de cosas que el hombre inventó para medir y ser miserable. A mí no me importa mucho que hoy sea 18 o 31, la verdad, lo que realmente importa es la presencia o la falta de...  eso duele, eso es lo que se siente con una fuerza increíble.
   Más llueve y más titilan las ventanitas, que extrañan su sonrisa, sus mimos, sus abrazos. Es una linda noche para ser dos, pero esta vez no se puede y el recuerdo no alcanza, por eso consumen los pensamientos y las ganas de correr. Todos tenemos esa necesidad, casi instintiva, de ir hacia lo que nos hace bien, y cuando nos falta no sabemos en qué plaza dormir.
   Quedémonos hablando hasta tarde, hasta que el cielo se limpie y digamos algo que nos reconforte. Porque ahora yo también necesito un abrazo, y que me digan que no importan los relojes, los calendarios, los mapas. Hace frío, y más frío tiene mi nariz sin sus mordidas, extraño eso.
    En noches así la nostalgia viene doble, dijimos bien, porque parece que no podemos cambiar de tema, y no queremos cambiarlo; parece que estamos deseando que sirva quejarse y pedir que sea otro tiempo, pero sabemos que es imposible.
    Disfrutemos, extrañemos, que al fin tenemos algo que cuidar.
    
   

sábado, 16 de julio de 2011

Adrede

     Me gusta pensar en vos, en diferentes momentos del día, sin querer y a propósito. Me gusta cuando me sonrío, bien tonta, porque algo me hizo recordarte. Y no es muy difícil que pase eso, porque sos mucho de esta ciudad y de estos meses, de mí misma y de los cambios que me hicieron mejor persona. Crecí tanto, a pesar de que siga queriendo hamacarme en la plaza y todavía me pierda si no me decís "es por acá eh", y todo por esa facilidad tuya para abrirme los ojos y mostrarme lo que estaba ahí y yo dejaba pasar.
     Cuando te pienso adrede es porque te extraño mucho, y me siento más acompañada jugando con nosotros en tiempos pasados, presentes y futuros. A veces me entretengo demasiado, y se me va una buena hora en estas meditaciones. Pero no me importa, porque cuando al fin me convenzo de abrir los ojos (aunque ya estoy tan entrenada que puedo tenerlos abiertos), tengo una paz que me baja por la garganta hasta los pies, y me siento tan feliz como siempre.
     ¿Te gustará saber esto? a veces me lo pregunto, no mucho, ya que estoy convencida de que si la respuesta fuera negativa no cambiarían mis reacciones. Porque todo lo referente a vos está teñido de verdad, de una naturalidad que me sorprende y me gratifica. Sé que es sincero cada pensamiento, cada risa y hasta las lágrimas que pude haber dejado ser.
     Tengo ganas de verte...salir a caminar... darte un beso... hasta que los dos nos quedemos sin aire y sin reticencias. Hasta que me marees con esa sonrisa, la más linda de toda la ciudad, y tengamos que sentarnos en un banquito mientras vemos a la gente pasar por la plaza, tan ajena a nuestro pequeño mundo (que sigue creciendo con cada estación).

viernes, 15 de julio de 2011

La loca

  No me alcanzan las hojas para hablar de sentimientos, y tal vez sea porque francamente no sé cómo empezar, cómo seguir, o ni siquiera si estoy preparada para hablar del tema. No me entiendo, y por eso es que no pretendo comprensión del otro lado. Si te digo "No te quiero lastimar", no pienses que me quiero subsanar de un futuro error; simplemente te transmito un deseo, soy un desastre y quisiera mantenerte al margen de eso. El problema, amigo mío, es que no estás al margen... 
  <<¿Te gusta la loca?>> pregunté con una sonrisa, << mucho>> dijiste serio. Entonces tengo que hacerme cargo, y ser sincera, aunque mi sinceridad roce el suicidio. Pero vos no tenés ganas de saberlo todo, y preferirías que cierre la boca, que disfrute el beso ese que te costó tanto darme. Y yo, siempre tan inoportuna, no puedo, porque estoy pensando mil cosas y muchas tienen que ver con el miedo a hacerte mal, porque no estoy segura... sos importante, pero sabes (sí, perfectamente) que no puedo dejarlo.
  Te miro, te abrazo, me gusta la calidez que transmitís, es muy nueva para mí. Me gusta, no te creas que no... estar así es una linda novedad, un alivio en mis tardes de Julio. "No quiero sentir lo que estoy sintiendo", me quedo muda. No sé hasta donde quiero que me quieras, me gustaría entenderme un poco mejor, poder dilucidar el quid de la cuestión y dejar de ser tan atormentadamente vueltera con vos. Pero no me sale, y te sigo lastimando, ¿esta es la tercera?
   Digo eso que no querés escuchar, que no tenía que decir, pero dije igual porque no tengo filtro. Perdoname, otra vez, ¿cuántas van? En realidad, no me perdones, escondete y no dejes que te encuentre. Me da impotencia no ser como necesitás, pero no puedo forzar las cosas. Lo dije varias veces ya, tantas que ni me acuerdo; y otras tantas, además, quise alejarme, romper este círculo vicioso.
  No recuerdo cuándo todo se distorsionó, cuándo fui yo la que quiso intentar y vos te negaste... y ahora, vos proponés algo demasiado lindo, y me lo imagino, te juro, claro que me lo imagino. Pero no puedo, aunque te diga que sí no me sale el beso, hablar de sentimientos, comprometerme a la causa de la revolución de la sangre. No, te quiero, pero no alcanza. Y me duele, por supuesto, tan hondo que me asombra, aún así, no puedo ser lo que necesitás. Siempre voy a hacer algo mal, simplemente porque está él, rondándome los sueños, presente en mis labios y en las tres cuartas partes de mi cuerpo. 
  Podría seguir escribiéndote, pero sé que odias mis cartas, mis mails, mi poesía "de cobarde". Porque vos preferís que hablemos de frente, con los ojos vidriosos y agarrados de la mano. Y así, hoy me escuchaste y te enojaste, bien enojado, tanto que quise que te fueras y me dejaras con mi locura, pero no te eché y seguiste escuchando. ¿Vas a poder con esto? No, no podés. Por eso te vas de casa convertido en furia, lastimado una vez más por la loca, esa que te gusta mucho.

miércoles, 13 de julio de 2011

Para vos

  ¿Está mal que me acerque hasta respirarte el olorcito a café y libro nuevo? Porque tengo ganas de probar, quedarme así hasta que me de sueño. Y tal vez me duerma o tal vez espere a que termines y te acuestes conmigo...  o tal vez, en realidad, quiera otra cosa.
   ¿Por qué no vamos a caminar? hoy hace una luna muy linda y nos merecemos estar solos. No quiero que lleves tu reloj, ni el calendario ese que tenés manía de esconder entre la ropa. Por favor, esta noche no midas los besos. 
   Hace mucho que no me siento así, con tantas ganas de estar con vos que se me desborda el cuerpo. Me da un miedo terrible, pero una secreta satisfacción; al fin me estoy despertando. Y no quiero volver al gris, al pasado que no alcanza... me gustás en los colores más locos, arruinando vestidos y pintando instantáneas de esta noche que promete.
    Quedate conmigo darling, hoy no quiero que la chica consciente diga basta...

miércoles, 6 de julio de 2011

Falling

Cerré los ojos y salté,
desde tan alto que todavía me dura el vértigo.
Y así, sin ver,
caí en el frío de la ciudad
que ataca huesos y bufandas.
Pero no me importó,
porque tenía las manos enredadas
y los pies plantados en el suelo,
mientras te atacaba con la fuerza
de la noche que se asoma
y no quiere irse.
Cerré los ojos y salté,
jugando a los encuentros invernales,
para terminar chocando con vos
en medio de un bocinazo.

lunes, 4 de julio de 2011

Economía de la palabra

  El hombre es contador; se pasa el día sentado frente a la computadora, en su pequeña oficina del tercer piso en el edificio más alto de la ciudad. Allí registra, arquea y balancea mientras espera el descanso. Después de un café vuelve; registra, arquea y balancea un poco más.
  El contador tiene la facilidad de ser especialista en algo de lo que su jefe no tiene idea, que sabe negociar pero no administrar. El día que descubrió eso, su mente rápidamente concibió la metodología del robo, delicado y casi convertido en arte. No había que abusarse ni ser desprolijo, bastaba con el descuento progresivo y la colección de ceros adrede para ir creando una pequeña fortuna.
  Nadie lo notaba, ni buscaba notarlo. El contador tenía una conducta intachable, años y años de servicio, apenas la mitad implementando el maquillaje numérico. Por eso no causaba males ni desbalances, sólo conseguía, con trabajo de hormiga, desatomizar su cuenta. Aún así, no decidía cuándo concluiría su tarea, o qué haría con el premio al final del recorrido.
  El contador es un hombre que hace las cosas como deben hacerse; casi por mandato familiar y apuro de los años, se había casado y tenido un hijo. Recordaba cuando su esposa insistió en poner un paraíso en la puerta de su casa, y él, obediente, cumplió el segundo objetivo a concretar por todo aquel que quiera breves lapsus de felicidad, plantar un árbol. 
  Le restaba el punto del libro, pero ese asunto era cada vez más complejo. La dificultad principal radicaba en el escueto vocabulario del contador, que hace tiempo había reemplazado su diccionario mental por fórmulas matemáticas y categorías numéricas que a cualquiera le darían miedo. Pero él se sentía feliz, y aplicaba sus principios economizadores cada vez que hablaba. Era realmente admirable, como a lo largo de los años, había perfeccionado la técnica de la síntesis y la supresión de palabras que consideraba prescindibles.
   Había comenzado con los adjetivos que lo hacían dudar. Para él un balance cerraba o no cerraba, por lo tanto era correcto o erróneo, tanto así que lo abrumaban los sinónimos y la adjetivación excesiva. Se retorcía por dentro cuando alguien decía que su trabajo era preciso, perfecto, exacto, cabal, justo, adecuado, apropiado, acertado, preciso. Y todavía más se retorcía cuando era erróneo, errado, falso, defectuoso, equivocado, inexacto; o como gustaba decir su jefe ante las erratas del personal, listo para rehacer.
   Luego había suprimido esas cuestiones adverbiales que le hacían gastar saliva. De circunstancia, de tiempo, de lugar, de modo. Uno a uno se fueron perdiendo en la memoria, que ascendía lugares a las nociones de debe y haber, análisis FODA, auditorias y ajustes interminables. Y así, poco a poco, del sujeto y verbo el contador no salía.
   Esta cuestión cuasi obsesiva, pero admirable por lo progresiva y pragmática, era seguida por sus compañeros de trabajo. Tal vez  fuera la atención puesta en la singular meta de economía de la palabra la que  desviara del ojo de la tormenta, o de la calculadora maestra, los números que poco a poco se sumaban en la cuenta del contador. Quien no hacía ostentación de ningún tipo, ni en el trabajo ni en su casa, y seguía ahorrando, siempre ahorrando.
     El contador, más conocido como Manuel, está cansado del ritmo monótono de cada día, y aunque el robo sistemático le aporta cierta aventura, ya no le provee la misma satisfacción de antes. Este mes decidió implementar la técnica de la respuesta corta, sí o no, y cada tanto, sin abusar, un tal vez.  Incluso comenzó a incurrir en la supresión paulatina de sustantivos, pero eso se le sigue costando un poco.
     Más allá de sus dos divertimentos ahorrativos, su jefe está cada vez más y más hablador, y él evita cruzarlo en los pasillos. Está preocupado, bajan las ventas, Manuel lo sabe;  la empresa decae. Y no sabe por qué, pero tiene ganas de un golpe, de algo fuerte que desestabilice y ahorre años de trabajo, ahorre medidas eficaces contra la ruina y le ahorre dar explicaciones al cierre del año.
    Y se prepara para el momento de gloria, cuando no haya qué decir, y las palabras sobren, realmente sobren.  Por eso bordea el paraíso, entra a su casa, besa a su mujer y agarra una hoja. Escribe la cifra, sólo eso, porque no hace falta agregar nada más. Mañana, seguramente así sea, todo termine y empiece, aunque todavía no haya decidido qué es lo que vaya a empezar.
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     Los escritorios están revueltos y los cafés sin terminar, las corbatas más apretadas de lo usual y esa mujer no para de llorar, porque seguramente de ella prescindan el día de hoy. Desde la pérdida de una suma irrisoria, los empleados caen como soldaditos, mientras Manuel sigue en su oficina del tercer piso en el edificio más alto de la ciudad, pensando en que al fin logró contagiar su pulsión por economizar.
     Ahora, sus compañeros se saludan con un gesto de la cabeza; sólo se escuchan onotomatopeyas, sonidos que intentan ser discursos largos, esos que tanto molestan al contador.  Por eso está tan contento, sabedor de que esa misma tarde deja la casa, a su mujer y a su hijo, al paraíso que el mismo plantó, y se va lejos. Porque todavía no sabe lo que quiere, pero prefiere decidir en otro lado, donde haya luz de verdad, y no ese intento de sol que pretende ser el  foquito de su oficina.
     Sonríe, sí, sonríe mientras firma la renuncia, y piensa en el viaje que le espera y en la forma en que ahorrará yéndose en tren. No se extiende, simplemente escribe “renuncio”.  Y se va, deja la carta en la entrada, feliz, no dice nada, no se despide. Tal vez alguien nota, en el fondo de sus ojos grises, la satisfacción, el signo de la vida asegurada mientras deja el lugar, sin nada en los bolsillos más que el pasaporte; si así es, nadie lo dice.
                        ………………………………………………………
       Manuel se sienta a esperar el tren, tomando un café sin azúcar, leyendo la sección financiera del diario. Y lee como su empresa se cae, se funde sin más que hacer por una extracción abusiva. Siente un poco de culpa. Sigue leyendo, pasa de sección. Bien conciso, sin palabras de más, su foto consume un cuarto de hoja; el epígrafe reza: se busca. El tren no viene.