lunes, 7 de febrero de 2011

Promesas son promesas

  Era una tarde como cualquier otra, tomando como parámetros: enero, La Plata, humedad y un alerta meteorológica desde hacía dos días.
  Catalina estaba en la puerta de su casa, con las llaves en la mano, pensando. Era la décima vez en el mes que hacía esto, y aún no lograba sentirse como una persona remotamente normal. Levantó la vista del suelo, y saludó a su vecino con una sonrisa que le pareció demasiado forzada. Al parecer, para don Ignacio no lo fue, porque le correspondió el saludo y se quedó observándola unos segundos. No podía culparlo, hasta ahora nadie había descubierto la verdad sobre ella.
  Repasó mentalmente la dirección a la cual debía ir, el micro que tenía que tomar y calculó el tiempo. Llegaría puntual, cosa que la sorprendía gratamente. Palpó sus bolsillos, para corroborar que llevaba el celular y la billetera, todo estaba en su lugar. Se guardó las llaves y empezó a caminar.
 Iba mirando el asfalto, aunque cada tanto reparaba en el cielo agarrotado de nubes grises y pesadas. Se arrepintió un par de veces, y estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero no lo hizo. Se forzaba hasta límites insospechados, y lo sabía, pero no le importaba. Promesas son promesas.
 Mientras esperaba el micro se puso los auriculares, y empezó a escuchar esos temas que la dejaban con un suspiro en la garganta. Sus ojos se vidriaron y su respiración se aceleró. Otra vez el cuerpo le declaraba la guerra, en vez de ayudarla en su tarea. Doble combate para Catalina, que sentía la debilidad en sus rodillas, a punto de doblarse por el esfuerzo.
  Llegó al lugar pactado, una esquina transitada de la ciudad, y ahí la esperaban un par de ojos curiosos y verdes. Tomó el papel que le correspondía, y comenzó con los diálogos tantas veces ensayados, tantas veces puestos en práctica.
  Catalina hizo un análisis detallado de Santiago (o Lucas, da igual el nombre). Tenía frente amplia, nariz recta y linda sonrisa, pero no como la de él. Mmm tal vez se le parecía cuando movía la cabeza, riendo por sus ocurrencias. Caminaba chistoso, con una parsimonia casi exasperante. Le había regalado un chocolate, lo cual la hizo enternecer, pero no conseguía impactarla, nadie podía. Todos eran distintos, pero iguales a sus ojos, no eran él.
 La tarde se vio interrumpida por una nube caprichosa que insistió en descargarse sobre ellos. Catalina se mostraba dulce, representaba su papel muy bien, pero por dentro estaba vacía. Nada le hacía realmente gracia, ni tampoco la conmovía. Santiago contaba anécdotas, hablaba de lo bueno de haberla conocido, y ella permanecía inmutable. Se sintió una roca, un despojo de lo que había sido una vez.
 Desde que él la dejó, cansado de luchar contra su corazón, Catalina no fue la misma. Algo dentro suyo se rompió, e hizo uno de esos destrozos imposibles de arreglar. Ella estuvo junto a su almohada mucho tiempo, jugando a la enfermera, la analista, la confesora, intentando salvarlo de sí mismo. Nada pudo hacer, él se fue, con un te quiero entre los labios, y el pedido de que ella siga adelante. Promesas son promesas.
 Durante semanas no pudo volver en sí, sólo pensaba en el giro que habían tomado las cosas. Primero tenía lo que mas quería ahí, sólo para ella, luego todo se desvanecía en apenas un minuto.
 Un día, tal vez de la nada, volvió a ser un poquito más ella, y comenzó con la "cacería de rasgos". Salía con unos y otros, chicos que le recordaban a él. Algunos tenían su mirada compasiva, su sonrisa brillante, su pelo siempre despeinado, su andar tranquilo, su humor incisivo. Todos tenían algo y nada, porque no podían traerla de vuelta a la realidad, sino apenas concederle pantallazos.
 Santiago la estudiaba, y no podía entender cómo en ciertas ocasiones Catalina se volvía charlatana y vivaz, y en otras tímida e introspectiva, era un caso especial. Eso lo atraía, la ambigüedad en su forma de ser. Pero ella sólo buscaba un parecido, un indicio de que su amor estaba por ahí, cerquita de su piel.

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