Me estudia con cara de póker
intentando (creo) adivinar lo que pienso.
No puede y se frusta.
Me acaricia los hombros.
Le sonrío por el intento.
Tomo sus manos,
beso su nariz
y lo tranquilizo revelándole el misterio:
"sí, te espero".
Despertamos.
Él de la siesta,
yo de la realidad.
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