En el medio de la calle, respirando humedad y noche de jueves, lo veo irse con mi respuesta en la boca. Sabe que me deja pensando en supuestos seguramente equívocos, en variables que me hagan feliz o decapiten mis ilusiones. Pero no le importa, y a veces creo que hace bien en mantenerse al margen de la vorágine de mis fantasías.
Se da vuelta, y en la distancia me sonríe con esa sonrisa que frena autos y corazones. Intento recordar cómo es eso de caminar, un pie y luego el otro; no me sale. Me quedo inmóvil, con el pulso hecho una orquesta en plena función.
¿Te vas o me esperás? Del otro lado de la plaza coquetea con la luna, y me divierte ser espectadora no comprometida de sus miradas, que son lo más lindo de toda la ciudad. Ella todavía lo está descubriendo, yo lo aprendí hace rato.
Salgo de mi pequeño colapso motriz-emotivo y camino hacia él (o corro, no sé bien). Pero el choque de silencios me desarma, y todo lo que quería decir se pierde en un llanto abrupto y estúpido. Me mira sin saber qué hacer, si abrazarme o esperar, porque nada dura para siempre, ni siquiera las lágrimas.
Elige el abrazo fuerte, ese que te vuelve de una pieza. Lo miro con sonrisa rota y ojos rojos, encendidos de palabras a punto de reventar. Te quiero darling... pienso, digo y repito con la voz afiebrada.
Veo la duda en sus ojos, que aumenta hasta hacerse tangible a mis labios. Lo beso sin querer, con prudencia, sin saber cuánto contarle y cuánto esconderle. Pero no me sale bien eso de la puesta en escena, y en medio del acting revelo un par de infidencias.
Que me hace falta, que lo busco con excusa y sin excusa, que lo sueño, que lo nombro en silencio y en susurros (a veces a los gritos), que no puedo sin él.
Nos quedamos así, con la boca conversando cerquita, queriendo multiplicar estrellas e incinerar relojes. Ya no intenta irse, y salva distancias minúsculas con pasos de gigante.
Creo que apenas nos dimos cuenta de la gente circulando, y del semáforo en verde que destrabó el tiempo. Creo que tarde caímos en el viernes que se asomaba por la esquina, y la plaza amarilla latiendo al ritmo de junio. Creo, y sólo eso, que nos costó horrores detener la charla para empezar a hablar.
Lo quiero, es viernes, y tengo todo el día para aprender a caminar de la mano.
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