viernes, 13 de mayo de 2011

El espejo de Nuria

   Nuria se pasea en círculos delante del espejo, trazando un ida y vuelta sin fin y sin sentido. Le esquiva a su imagen, porque tiene miedo de verse como realmente es. Detiene su marcha y levanta la vista. "Esa no soy yo" piensa, y se toca la cara para confirmarlo. Pero aquella extraña levanta las cejas cuando Nuria duda, y se muerde los labios mientras intenta encontrarse en el reflejo.
   Los ojos son oscuros, casi negros, y las pupilas sin brillo. Parpadea, frunce la nariz, su mirada no expresa nada. Tiene los labios partidos, y cuando intenta sonreír parece que se descocieran en una felicidad inventada. Furiosa, toma un lápiz de labios de su cartera y se pinta de un rojo violento. 
   Se toca la piel pálida, fría. Mientras se detiene en un moretón violáceo sobre el párpado derecho, piensa que está en un cuerpo ajeno. Reprime un suspiro y sigue investigando. Cerca de la sien una cicatriz la estremece. Intenta forzar la memoria, recuperar una anécdota graciosa que justifique el dolor del cuerpo, pero no lo consigue.
  Siente asco de la raquítica sufriente del espejo, que la mira con miedo y perplejidad. Nuria se busca detrás de la ropa holgada y oscura. Apoya la cabeza contra el cristal, la mira -se mira-, fijo y a los ojos. No hay respuesta del otro lado.
  La tonta llora, y ella la ve impotente sin poder hacer nada. Se seca las lágrimas con el puño de la remera, y se abraza para darle consuelo. Pero no consigue mayores victorias, y siente la humedad en los labios delgados. 
 Improvisa posturitas,  buscando desesperadamente reconocer al menos su cuerpo. Imposible. Nuria ve huesos y penas envueltas en ropa. Se horroriza de la tristeza caminante de ese vientre plano, que hace meses no siente el calor de una caricia.
 ¿Quién es ella? se dice otra vez, mil veces más. Primero para sí, luego en susurros, más tarde en gritos, después al espejo. Nuria se enoja con lo que ve, porque hace meses que evita verlo. Eso es ella, una mala copia de lo que una vez fue. Siente vergüenza.
  Ya no da vueltas, y se queda quietita haciendo una última inspección, hasta que descubre un detalle familiar. La puta cadenita esa, que le regaló él para su cumpleaños. Ese día todo cambió, porque Nuria olvidó que tenía que decir a todo que sí, porque las cosas no podían ser distintas a como él pensaba. Y vino el primer golpe, que dolió menos de lo que humilló. 
 ¿Cómo pasar frente a un espejo y querer verse? era inadmisible, porque la imagen devuelta era una invitación a enfrentar el presente, y eso era desafiar "el orden natural" que le habían impuesto sin preguntar.   Pero hoy algo cambió, porque el pulso de su querido se hizo susurro en la noche de año nuevo, y Nuria pensó que era buen día para verse.
  Mientras sonríe, con tímida convicción, el timbre suena y Nuria corre a la puerta, no sin antes ensayar una expresión angustiosa. Los del sepelio ya llegaron, y ella es una viuda golpeada (por el dolor).
  
   

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