sábado, 28 de mayo de 2011

Juegos

   Entre juegos, de esos que empiezan por simple aburrimiento, aprendí que no puedo tener todo lo que quiero. A veces la mano es malísima y no hay quien te salve, y otras la confianza te mata antes de que puedas usar el bendito as. Es en momentos así, cuando hay que saber recordar por qué habíamos empezado a jugar para no desafiar a la suerte.
   Darling, tengo ganas de incinerar tanta regla tonta, sinsentido, que arbitra este ida y vuelta de besos convenidos por señales de humo. No aguanto tener que morderme la lengua para no perder mi turno, y andar negociando con el diablo para sacarte un cuerpo en la próxima jugada.
   No hay ganadores ni perdedores, ni siquiera tizas para llevar la cuenta en la vereda. Pero vos peleas por esos puntos que te saqué de ventaja en la última vuelta, y yo todavía discuto por los centímetros de más que tuve que avanzar solita, a ciegas. 
  No hay más premio que tu sonrisa petulante convertida en mueca por mi retruque. Te quejás, me mirás con odio, me besás, me decís te quiero. Entonces se distrae la jugadora experta, que se cae hacia atrás unos veinte casilleros, y te mira con la inocencia primera de la que nunca jugó.
  No me olvido, no te preocupes, no puedo tener todo lo que quiero. Pero cada tanto se me escapa del saber cotidiano, y es ahí cuando acepto volver a combatirte en el sillón, perdiendo a las horas, sin saber bien por qué.

No hay comentarios: