Hoy toca hablar de mí. No es que me crea que este blog es un diván, en el que se me permite tirar toda la locura que tengo encima. Pero hoy no tengo otro lugar al que correr, y este me queda cómodo, afuera hace mucho frío...
¿Por dónde empiezo? y, digamos que por el final, porque justamente hoy terminé algo. Di fin a un invento, una mascarada que quise sostener para hacerme creer el cuento de la superación. Pero yo sabía (siempre lo supe) que nada estaba tan resuelto ni tan digerido, que todavía quedaban palabras sueltas que no encajaban en ningún lado y me perseguían cuando me descuidaba.
Y sí, me equivoqué un poco, bastante a decir verdad. Sostuve la fantochada, fingí (¿fingí?) sonrisas. Dije te quiero, te odio, te quiero y te odio otra vez. Él sacó mi lado más inconstante, ciclotímico, pesado, caprichoso, estúpido. Pensar que conoció a ambas... pero no quiso a la que dejaste, y tampoco sé si quiso a la que tuvo.
Traté de ser dos, la despreocupada que aceptaba complaciente sus llamados de madrugada, y la tonta que cada tanto piensa en "y si...". Mezclé todo, y ahora me quedé en la nebulosa más absoluta.
No estoy triste, estoy... vacía, si, así se siente. En unos meses, a la distancia, creo que voy a notar mucho más mis errores. Hoy los veo, y justifico, porque cuando me faltaste alguien tenía que ocuparse de mí, porque sola no podía.
Puf, hablar de mí me enoja, porque generalmente es para criticar, para descargar cosas poco gratas. Prometo algún día una entrada feliz, me lo prometo a mí misma. Suerte salvavidas, hoy me lanzo a nadar sola. Suerte darling, ojala que estés bien. Suerte para mí, que la noche se me vino encima, y tengo miedo de lo que vaya a soñar.
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