lunes, 21 de marzo de 2011
Pelea de almohadas
Nacho decidió plantar resistencia y no dejarse ganar como la otra noche. Había sido humillado, y eso era algo que no podía tolerar. Luego de aquel incidente, no tenía más opción que implementar una rápida oposición y salir de la retaguardia.
El plan era sencillo, pero tenía riesgos como cualquier enfrentamiento que se plantee en una habitación de dos por tres. Antes de acostarse, construyó un fuerte con almohadas para defenderse de los malos sueños, y dejó una luz prendida por si las dudas.
Durante la primer hora estuvo atento a cualquier sombra extraña o sonido desconocido, sin conseguir más que un pequeño susto por culpa de un grillo inoportuno. Aún así, no quiso abandonar su postura defensiva, y se mantuvo firme.
Optó por no caer en la paranoia, y recurrió a la dulce distracción de un chocolate con nueces. Pero el ruidito que hacía al masticar lo ponía nervioso, y al final quedó más tenso que al principio.
Las siguientes dos horas fueron difíciles. Nacho se debatía entre el cansancio y su tenacidad. Quería llegar hasta el final, vencer a ese miedo que se proponía causarle insomnio, y algún que otro trauma a tratar cuando sea un cuarentón. Por esto, cada tanto se pellizcaba el brazo para despabilarse y saber que no estaba soñando.
Con un nuevo moretón, y la certeza de seguir en combate, pudo relajarse. Movió un par de almohadas e inspeccionó toda la habitación minuciosamente (siempre desde la seguridad de la cama). Ningún sospechoso se dijo, y volvió a erigir el fuerte.
La madrugada comenzó a pesar en los párpados agotados de Nacho, que bostezaba en forma escandalosa. Lo que sea que anduviera por allí, sabría que él estaba despierto y que no se dejaría asustar otra vez.
Faltaba poco para que se hiciera de día, y la odisea terminara. El fuerte había caído, y las pesadillas no se acercaron a molestarlo. Iba a ser un buen día, aunque no estuviera en su casa hacía ya varios días, y su vuelta se atrasara cada vez más.
La puerta de su habitación se abrió despacito, y un señor de bata blanca y sonrisa seca le preguntó cómo había dormido.
-Muy bien, sin pesadillas- contestó con la voz pastosa.
-Excelente Ignacio, pero veo que no dormiste mucho, está todo desordenado.
Nacho se percató de que no había puesto las almohadas en su lugar, y que la cama estaba demasiado revuelta.
-Es que tenía miedo de que ella me encontrara en algún sueño, y quiera vengarse. No quiero dormir. No quiero hacerlo más. Eso de soñar es peligroso, muy peligroso. Ella podría dañarme por lo que le hice, ¿no cree? ¿Puede darme algo para no dormir? no lo necesito.
El señor de bata blanca y sonrisa de cartulina hizo un gesto de pena. Se acercó a la cama y tomó el pulso de Ignacio, que lo miraba suplicante.
-No existe nada para eso. Es imposible para una persona seguir viviendo sin dormir.
Luego de unos minutos Nacho se quedó solo otra vez. Ya no le importaba escaparse, ni volver a su casa. Ya no intentaría esconderse de Rocío. Ya no le importaba eso de buscar la paz interior ni el arrepentimiento.
"Es imposible para una persona seguir viviendo sin dormir". Esa idea germinaba en su cabeza, y crecía a la velocidad del pensamiento. Esa mañana Nacho no bajó a desayunar.
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Una enfermera anunciaba la hora de la muerte, 9 a.m, y colocaba una sábana sobre el rostro de Ignacio. Su expresión era de paz, había conseguido su propósito. Ya no existían sueños que lo acosen. Ya no lo atormentaba el inconsciente cuando se apagaban las luces. Al fin, le había ganado la pulseada a los sueños.
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