Cuando te conocí, eras uno de tantos, una de las muchas caras que reconocía como familiares pero no ataba a ningún nombre. En cambio ahora, estoy en perfectas condiciones de hacer un retrato mental de tus rasgos, sin omitir ni un detalle. Y tu nombre, ya lo habrás notado, recibe una caricia cada vez que te llamo.
¿Cuántas noches se nos fueron en charlas sobre mi tendencia al desastre, y tu tendencia a salvarme de los desniveles de las veredas? ¿Algunas vez las contaste? Me acuerdo de cómo te reíste cuando llegué a tu casa empapada, por culpa de un chaparrón inoportuno, después de ir al cine a ver esa película que me criticaste tanto. Con vos todo es anécdota.
Te quiero. Suena raro, rarísimo. Es como si te hubiera robado la ternura por dos palabras y un suspiro. Y lo repito, porque ahora me las apropio y las escondo. Me gustaría decírtelo todos los días, amortizar la adquisición para el resto de nuestra vida.
Te miro mirarme con mirada sonriente. Nunca creí que los ojos pudieran sonreír, pero los tuyos parece que sí, y lo hacen. Seguís sin decir nada. Me muerdo los labios, sueno los dedos, quemo las pestañas. Pienso en qué estarás pensando. No logro adivinar.
Fueron tantas las veces que quise buscarte, y decirte, y gritarte, y grabarte en la memoria lo que siento. Pero siempre fue más fácil esperar, dejar que las cosas pasen. Y ahora que pasaron, estamos acá, y tenemos que decidir. En realidad, tengo que esperar tu decisión, porque yo tomé la mía desde el primer beso que me diste.
Ya no puedo olvidar que siempre pedís el mismo gusto de helado, que te preocupas por todo lo que digo (como si fuera importante), que te encanta viajar y queres aprender a pintar. Ya no puedo tachar de mi cabeza tu nombre, y hacer como si tu cara fuera una de tantas, y que sólo me parece conocida.
Te quiero. No dejes que pierda la facilidad con que ahora lo digo. No dejes que te pierda en ninguna calle oscura. No me dejes".
No hay comentarios:
Publicar un comentario