Te apoyaste en la pared; una mano y la cabeza contra la pintura blanca. Cerraste los ojos y contuviste el vómito que te quemó la garganta. Por culpa, por asco, por miedo a las noches que te esperaban. No me viste.
Cuando te recuperaste, al menos lo suficiente para caminar, nos fuiste buscando uno por uno. Claudia estaba en el patio, con los ojos bien abiertos, igual que las muñecas. Ni siquiera te arrodillaste para comprobar si todavía respiraba. Te quedaste parado, como un pelotudo, queriendo entender de dónde venía la sonrisa que se le congeló en la cara.
Seguiste, apenas unos pasos hasta el primer pasillo. Ibas escuchando respiraciones torpes, cansadas, diluyéndose en el tiempo que tardabas en caminar. Y lo viste a Juan, el más chico del pabellón, con la mirada perdida adentro de una bolsa. Tantas veces te habló de las torturas del viejo, del miedo a la asfixia. Pensaste en la ironía y lloraste. Le sacaste la bolsa con las manos temblorosas, manchadas.
Te vi sentarte, agarrarte la cabeza y pedir perdón. Te vi mirar para arriba esperando que algo se te caiga encima, que te aplaste y haga mierda la memoria. Te vi y no me acerqué, porque quise que me encuentres vos a mí. Siempre me gustaron las escondidas. ¿Te acordás cuando te pedía que juguemos, y vos te quedabas conmigo? Eras bueno, muy bueno. Y un día no sé, no me quisiste más, te cansaste de jugar. Ya no me tocabas, no venías a mi pieza, no me traías caramelos.
Cuando pensé en eso me puse un poco mal, y fue ahí que te paraste. Te veías cansado. No entraste a ver los desastres de cada pieza. Apenas te asomaste para ver la sangre ensuciando todo, hasta tus ojos. Me acerqué un poco para verte la cara; de golpe envejeciste, y te pusiste triste, triste.
No me escuchaste, estoy segura. Ni ahora ni nunca. Ni cuando te dije que estaba enamorada de vos. Que no estaba loca. Que me saques de acá. Ni cuando me acerqué para decirte que no fue tu culpa. Que no podías hacer nada. Que sin pastillas acá nadie duerme. Que el aburrimiento a veces mata.
No me entendiste. Ni ahora ni nunca. Ni cuando te conté mis problemas, ni cuando te corté la garganta. No me entendiste. Y ya no decías nada, ni querías jugar conmigo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario