y calcula las pérdidas con la lengua,
apenas si abre los ojos
apenas si siente el cansancio
la humedad
los huesos enredados por la luna.
Diez.
Ciento veinte.
Para de contar cuando se derrota,
cuando no le queda ni un peón en el tablero
ni ganas de jugar,
ni ganas de jugar,
porque ahora son
ciento veintiuno
y no respira bien.
Cruza con la boca cansada de tanto suplicar
corriendo hasta el agua que una vez ella prometió,
y se ahoga en un espejismo,
en la voz caliente que susurra nostalgias
y se va bien lejos
dejando una estela roja sin barrer.
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