Me quedé en el medio de la plaza, con las manos colgando y la boca entreabierta, con una frase que nunca se dijo y que todavía grito. Desespera aceptar que el tiempo es uno y no otro, que aunque altere el reloj tengo más horas de sueño que ayer, y que vos ya caminaste cuadras y cuadras, pensando en tantas cosas que ni siquiera ves bien por dónde vas. Y la inercia te lleva, te lleva, y terminas acá, tan cerca, tan peligrosamente cerca de mí.
La plaza ahora es noche, y los bancos confesionarios para extirparnos las culpas y las penas, y convidarnos con besos de esos que amortiguan la soledad. Porque dolió tanto estar sola, sin vos, dolió tanto que no quiero recordar, ni ponerme en mi propia piel. Prefiero la ignorancia consciente, enterrar tu carita culposa, grabarme en el medio de los ojos tu sonrisa que para mundos, que para corazones, que llena de aire mis pulmones anestesiados.
Quedate. Te pido. Dejame quererte. Porque te cuesta más permitirme eso que quererme vos, como si así me cuidarás de las cosas que nadie puede. No me importa un domingo con musiquita triste, ni odiarte medio minuto cuando decís estupideces. Es un poco tarde para volver cuando se está en medio de la marejada, y apenas si sabiendo no ahogarse.
Acelerar. Quedarnos quietos. Volver. Volver. Dar un paso más. Jugar y siempre jugar a que todo es del mismo color y está en el mismo lugar. Pero varias estaciones se nos cayeron encima, y sí, las culpas se diluyeron en un abrazo que casi que asfixia, y sí, quedaron pendientes tantas cosas...y sí, te quiero un poquito más que siempre.
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