"Sacamos bandera blanca y narices rojas,
por el frío que esa noche se desparramó en la ciudad
sin que podamos escondernos."
sin que podamos escondernos."
Empezamos por la despedida, que no tuvo lágrimas ni abrazos extensos, sólo un te quiero bien bajito-dicho casi al paso- y un beso que no quería morir. Creo que fuimos desordenados, o quisimos decir no desde el principio. Aún no lo tengo claro, y sólo puedo suponer. ¿Cómo podría saber qué pensaste ese día, si ni siquiera sé en qué estaba pensando yo?
Mientras te miro, intentando recordar lo que me había jurado olvidar, seguimos por dónde nos quedamos. Y aunque no sepa exactamente en qué calle o diagonal nos separamos, o si había tanto silencio como esta noche, busco con desesperación las respuestas que nos esquivaron por dos estaciones completas.
Creo que hace frío, y que estoy temblando. Creo que el semáforo está en rojo, y los autos hace rato dejaron de pasar. Creo que nos estamos midiendo, y que me toca empezar. Darling, no puedo ser más que suicidamente sincera, absurdamente yo, y decirte las cosas sin filtro.
Que te quiero y necesito, que te odio y no te soporto, que te pido que vuelvas y te vayas bien lejos, que te olvidé y no te suelto. Las confesiones se atropellan en mi lengua y son dichas sin pensar. Y vos estás ahí, escuchando, con los ojos vidriosos y los dedos queriéndose romper de tanto que los haces sonar. Todo es una escena extrañamente cómica.
Nos reímos, porque la sangre se me fue a la cara y estoy roja. Y nuestra risa es ligera, corre hacia el silencio y lo seduce. El invierno, que se nos había caído encima y sin avisar, se calienta y nos da un tibio impasse.
Un auto pasa cerca de nuestros pies, pero no nos movemos. Queremos estirar la luna, para que no se vaya y tengamos que dejar de jugar. Me está gustando esto, no sé a vos...
Te abrazo, porque tengo ganas de sentir cómo va de agitado tu corazón (y que vos sientas como el mío te gana). No decís nada, y es mejor, porque siempre tenés la palabra justa y no quiero que hables por hablar. Me resisto a la idea de dar por hecho todo, así que no doy por hecho nada, y salgo corriendo hasta llegar a la calle más oscura de la ciudad, mientras me río y lloro antes de darme cuenta que hoy es el verdadero reencuentro.
Mientras te miro, intentando recordar lo que me había jurado olvidar, seguimos por dónde nos quedamos. Y aunque no sepa exactamente en qué calle o diagonal nos separamos, o si había tanto silencio como esta noche, busco con desesperación las respuestas que nos esquivaron por dos estaciones completas.
Creo que hace frío, y que estoy temblando. Creo que el semáforo está en rojo, y los autos hace rato dejaron de pasar. Creo que nos estamos midiendo, y que me toca empezar. Darling, no puedo ser más que suicidamente sincera, absurdamente yo, y decirte las cosas sin filtro.
Que te quiero y necesito, que te odio y no te soporto, que te pido que vuelvas y te vayas bien lejos, que te olvidé y no te suelto. Las confesiones se atropellan en mi lengua y son dichas sin pensar. Y vos estás ahí, escuchando, con los ojos vidriosos y los dedos queriéndose romper de tanto que los haces sonar. Todo es una escena extrañamente cómica.
Nos reímos, porque la sangre se me fue a la cara y estoy roja. Y nuestra risa es ligera, corre hacia el silencio y lo seduce. El invierno, que se nos había caído encima y sin avisar, se calienta y nos da un tibio impasse.
Un auto pasa cerca de nuestros pies, pero no nos movemos. Queremos estirar la luna, para que no se vaya y tengamos que dejar de jugar. Me está gustando esto, no sé a vos...
Te abrazo, porque tengo ganas de sentir cómo va de agitado tu corazón (y que vos sientas como el mío te gana). No decís nada, y es mejor, porque siempre tenés la palabra justa y no quiero que hables por hablar. Me resisto a la idea de dar por hecho todo, así que no doy por hecho nada, y salgo corriendo hasta llegar a la calle más oscura de la ciudad, mientras me río y lloro antes de darme cuenta que hoy es el verdadero reencuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario