Voy caminando con los auriculares puestos y la música a todo lo queda, intentando ahogar tu voz. Pero es imposible, porque te escucho con tanta claridad que me sangran los oídos. Y tengo miedo de quedarme sorda, y no escuchar a quienes me piden que sean más yo, y menos esta desequilibrada en quien me convertí.
Suena Sanz y Sabina, No hago otra cosa que pensar en ti, me río (casi lloro) por el llamado de atención de mi propio reproductor de música. Quisiera encontrarme con Ale y Joaquin, como si fueran grandes amigos y terapeutas, y preguntarles si al final de la canción encontraron una forma de dejar de pensar en quienes aman. Pero dudo que la receta sea igual para todos, o que yo sea tan hábil como para aprender.
Camino un poco más rápido, porque se está haciendo de noche y sin sol me pongo sensible, cosas de loca. Voy atenta, para no pisar las líneas de las baldosas y que me caiga un piano encima, porque esa es mi suerte. No sé en qué momento me pongo a llorar.
Mi tristeza no es escandalosa, soy más del tipo que sufre en silencio. Tengo complejo de mártir. Pero cada tanto se me escapa un gemido, y un par de lágrimas caen de cabeza por mi nariz. Ojala me disculpes, ninguna tiene tu nombre, sólo tus silencios.
Creo que nadie me ve triste, o nadie quiere verme así. Los entiendo, a todos nos aterra el dolor ajeno, y no saber cómo lidiar con el. Así que no puedo más que esperar que alguien me vea, y me abrace, para sentirme menos sola en medio de 7 y 51.
Llego a la parada del micro, bendito oeste 27 que te haces desear, y me calmo. No da hacer escenas en público, no me gusta eso (aunque mi lema siempre fue: "no importa, no me conocen"). Y mientras ahora suena "No puedo enamorarme de ti", se me hace un nudo en la garganta y hago fuerza para no llorar con ganas. Tarde Joaquin, ya me re enamoré. ¿Qué hago con eso?
Ya sentadita, y mirando por la ventana en la pose clásica de la melancolía, analizo cada palabra que me dijiste. Es inútil, no hay trasfondos. Sos claro, simple, lineal. Yo soy rebuscada, loca, mujer. Por eso, entiendo mal o no quiero entender (me inclino por esta opción). O sea, sufro a conciencia, pero es algo que no puedo controlar.
El viaje es bastante largo, pero se me va rápido mientras desgrabo nuestra última charla. De todo lo que dijiste sólo me quedo con la sensación de que tengo mala suerte, en serio; también con que tengo que abandonar un poco mi tendencia a ilusionarme y que no me importe yo. Voy a intentar eso del egoísmo como próxima religión, pero no llevada al extremo, tampoco hay que exagerar. Aunque pensar en mí por un rato me parece bien, sería algo nuevo.
Llego a mi casa, tiro el celular por ahí. Me siento en la compu, y te escribo "Hey! ¿cómo andas?", porque siempre quiero saber qué tal te van las cosas. Debe ser que te quiero. Y todo está bien, porque te entiendo mientras me trato de entender.
No quiero puntos finales, puntos y aparte, puntos y comas. No quiero nada que ralentice nuestras charlas, que frene los te quiero, o que se interponga en los abrazos. Ayudame a armar buenas historias, de esas que sólo a nosotros se nos ocurren. Porque ahora, mientras me contas cómo te fue anoche, no dejo de imaginar que tal nos hubiera ido juntos.
Te despido, me decís: buenas noches, te quiero. Creo que ni siquiera me sale el yo también. Todavía no, perdoname. Me voy a acostar, con nuevas lágrimas por recuerdos viejos, y con la sensación de que falta mucho para que deje de doler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario