Es una molestia terrible, constante. Van y vienen,
vienen y van. Los siento mientras se mueven húmedos y famélicos. Me sofocan
mientras intento quedarme quietita, si vieran cómo me estoy esforzando.
Manuel está de ronda y de mal humor, va con su
cigarrillo y los auriculares sin prestar atención a nada. Podría removerme,
pero sé que está mal. Y soy demasiado buena, demasiado responsable.
Aguanto, me toca aguantar hasta que no quede carne.
Qué rico será sólo sentir el hueso, suave y relamido en mi estómago.
Qué ansiedad, cuántos gusanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario