Amontono recuerdos en la cama,
en una pila enorme y multicolor.
Los desprendo uno por uno
de mi piel y de mis labios.
Los clasifico sin ver.
Los desordeno con cuidado.
Hay recuerdos con sabor a beso,
que pongo en lo más alto
de mi castillito de reminiscencias.
Otros tienen impresa la nostalgia en sus esquinas,
y los aplasto con los más revoltosos,
que son de colores chillones
y están cargados de risas.
Desde el borde de la cama
observo mi pequeña creación:
una torre de memoria selectiva,
un rascacielos pintado con fotos,
jirones de mi vida
que no quiero olvidar.
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