viernes, 28 de enero de 2011

Los viajes



   Adoro viajar, olvidarme de las diagonales por un rato y sacarme la humedad de encima. Adoro sentir el vientito en la cara, despeinándome las ideas y aireando la ciudad de mis pestañas. Adoro saborear la ruta con los ojos, mientras mastico sugus de frutilla y escucho la música bien alto.
   Durante los viajes, mi mente tiene la odiosa costumbre de reforzar su actividad. Organiza recuerdos, clasifica miradas, saca en limpio sueños viejos y se encarga de darle vueltas a problemas de difícil (entiéndase casi nula) solución. Y yo, no puedo más que dejarme llevar por su cavilaciones.
  Mi última travesía no fue la excepción, y los kilómetros que recorría se convirtieron en horas de auto-análisis, tres y media para ser precisa. Primero comenzaron los planteos comunes e inofensivos respecto al año que pasó, el típico balance. Pero con la ciudad cada vez más lejos, mis pensamientos se dirigieron hacia terrenos más sensibles y peligrosos, al menos para mis nervios.
  Media docena de veces, mi mente inquieta quiso reflotar un recuerdo. No me agradó la idea  y puse algo de torpe oposición. Por un hueco sin cubrir, se asomaron un beso inquieto y un abrazo que casi asfixia. Mis ojos se volvieron cristalinos, le eché la culpa a una basurita y sonreí.
  Volví a la seguridad de las carcajadas entre amigos, los moretones con anécdota, las películas que vi, los libros que devoré. Pero entre tanto revuelo de ideas, siempre se colaba ese nombre y esos ojos. Finalmente, mi tenacidad fue la que se tomó vacaciones, y luego de varias intentonas inútiles, dejé que mi mente jugara conmigo un rato.
  En el horizonte se perfiló su rostro haciéndome muecas, y no desvié la mirada. La luz opaca del ocaso sólo reforzó la imagen nítida de nosotros dos, juntos. Aplaudí la fiel creación. Sacudí la cabeza y volví a mi asiento. Los viajes siempre consiguen que vea las cosas que me cuestan ver.

domingo, 23 de enero de 2011

La mancha

  Dormía con los ojos bien abiertos, probablemente asustada por la oscuridad de sus párpados. Un dolor lacerante la mantenía acostada en la cama, a pesar de la claridad que asomaba por la ventana entreabierta.
  Su rostro inexpresivo se contrajo por el camino que habían tomado sus pensamientos. Uno por uno, le acercaban un único y borroso recuerdo, tan amargo que de sólo evocarlo, un estremecimiento la recorría entera.
  Miró la mancha roja del parqué y suspiró, puede que de sólo imaginar lo que le costaría quitarla. Realizó un análisis detenido de su piel desnuda y arañada. Puso mala cara. Un par de moretones hacían un dibujo chistoso en su brazo, y le salió una sonrisa rota. Se acarició sin conseguir que las marcas desaparezcan, éstas permanecieron adheridas sin intenciones de abandonar su lugar.
  Intentó incorporarse en la cama a pesar de la debilidad que sentía en cada rincón de su cuerpo. Los flashback eran una seguidilla de imágenes difusas e inconsistentes que no conseguía ordenar bajo ninguna lógica. Se le aparecían las charlas de chat, el encuentro casual en aquella plaza, las confesiones y anécdotas, el primer beso. Todo iba bien, hasta que por alguna razón comenzó el dolor de las palabras hirientes y asesinas, un empujón sin querer, un golpe para hacerla razonar.
  Se olvidó del miedo a la oscuridad y cerró los ojos con fuerza. A pesar del intento desesperado, no podía detener los recuerdos que la enloquecían. Enfurecida con su propia mente, tomó fuerzas y se levantó. Con torpeza, buscó un cepillito y comenzó a tallar el suelo de madera. La mancha sanguinolenta se hizo la difícil, pero con esfuerzo y lágrimas se dejó vencer.
  Arrodillada y exhausta, se miró las manos teñidas de rojo. La luz entraba de lleno en la habitación, seguramente era tarde. En el piso, junto a su ropa, vibraba un celular. Mientras lo atendía, echó un vistazo a la cama.
-Hola mamá, me quedé dormida, ya voy para casa- dijo con voz seca.
Del otro lado de la línea la contestación fue más acalorada. Pasaron apenas dos minutos antes de que se corte la comunicación.




   Melisa volvió a la cama. Se recostó de costado, con la vista fija en los ojos abiertos y sin vida de Diego.

lunes, 17 de enero de 2011

Te ama.

Mastica la nostalgia, que sabe a metal y se adhiere en la lengua. 
Afuera llueve, en la casa truena. 
Lee tus cartas, una por una, ahogándose en los te quiero. 
Se detiene en tu nombre, mientras lo abraza con la mirada. 
Su memoria se rebela, y se ensaña con un beso. 
Sangran los recuerdos. 
Diluvia.
 En medio de la tempestad, todo se vuelve claro:
 la necesidad la consume, hasta el punto de quitarle el habla y la libertad.
 Te ama.

lunes, 3 de enero de 2011

Mi torre

Amontono recuerdos en la cama,
en una pila enorme y multicolor.
Los desprendo uno por uno
de mi piel y de mis labios.
Los clasifico sin ver.
Los desordeno con cuidado.

Hay recuerdos con sabor a beso,
que pongo en lo más alto
de mi castillito de reminiscencias.
Otros tienen impresa la nostalgia en sus esquinas,
y los aplasto con los más revoltosos,
que son de colores chillones
y están cargados de risas.

Desde el borde de la cama
observo mi pequeña creación:
una torre de memoria selectiva,
un rascacielos pintado con fotos,
jirones de mi vida
que no quiero olvidar.