domingo, 28 de noviembre de 2010

Soledad

La espuma del café se diluye,
mientras dobla una servilleta hasta gastarla.

Mira por la ventana y
se distrae con el murmullo de las diagonales.
Parpadea nerviosa.
Junta las manos.
Vuelve a la espera con una sonrisa torcida.

Los minutos le pesan en los hombros hundidos
y agotada, paga el cortado.

Se levanta,
echa una última mirada a la puerta dormida
y deja sobre la mesa,
igual que ayer y mañana,
un papel con su nombre,
                                      sin besar.

*Taller de poesía. Clase 7

domingo, 14 de noviembre de 2010

Mariposa

   Se perdió a la vuelta de la esquina, y ya no supo hacia dónde ir. Respiró la soledad de aquella calle vacía, y se sumió aún más en la desesperación. Apresuró el paso, recurrió al vuelo, fue inútil. Más y más asfalto caliente. Más y más fatiga en el cuerpo.
   Atolondrada se chocó con el pétalo de un girasol, y se llenó de polvo nacarado. Mientras se sacudía, se le cayeron un par de colores. Se enojó con la imprudente flor, con su suerte y con el día.
  Perseverante, intentó ubicarse sin demasiado éxito. ¡Maldita su brújula fallada, de categoría clase B y tecnología precámbrica! Siguió a la deriva, refunfuñando. El viento le hizo cosquillas, eso la calmó.
  No supo de dónde vino aquel fogonazo. Sintió quemarse su interior a la vez que las alas se le derretían. Cerró los ojos, no sin antes ver cómo se acercaba un rostro conocido.
  En la inconsciencia, percibió el tacto suave de sus manos cálidas, que la sostenían con miedo. Se apenó por ello, no quería que le temiera. Se durmió a la espera de un refuerzo, una colega que haga ebullición en la sangre dormida de la chica de ojos tristes.




jueves, 11 de noviembre de 2010

La guerra de la paz

Declara la guerra al murmullo que no cesa
a esas voces incansables que la acosan.
Se repliega sobre sí misma.
Se absorbe y escurre en sangre caliente.

Revela las fotos que tomó
pero ninguna es fiel a lo visto por sus ojos.
Permite que los párpados caigan
que la protejan de aquello
que perturba sus sentidos.

El silencio la envuelve en un tibio sopor
renovando sus defensas
para la próxima contienda.

Pierden los gritos de rostros extraños.
Ganan los sueños de tinta indeleble.
                                                                               Paz armada.

*Taller de poesía. Clase 6

domingo, 7 de noviembre de 2010

Mente en blanco



    Desesperada busca sombras, una prueba de que la luz aún existe. Se revuelve nerviosa,  pero no consigue percibir las dimensiones de su cuerpo ni del lugar en dónde se encuentra. Intenta mover las pestañas, los brazos y los dedos de los pies. No tiene éxito y abandona la tarea llena de frustración.
   Respira entrecortadamente, le cuesta mantener sus pulmones en movimiento.  El aire es tan pesado y húmedo que se le atora en la garganta. Se le comprime el pecho ante la sensación de asfixia, pero sigue respirando.
  ¿Hace cuánto ya que está postrada, a oscuras, sin posibilidad de escapar?  No puede contestar a esa pregunta. No tiene idea de cuál es la posición del sol (si es que sigue existiendo) en el cielo. Puede que sea de día o de noche. Para ella es indistinto, no cambia nada.
  Pone la mente en blanco. Destruye las fotografías que la acosan, pero algunas tienen tendencia a regenerarse. El terror la consume, se la lleva a rastras hacia el foso más profundo. Mente en blanco. Fogonazos de rostros crispados y voces libidinosas.
  El pulso se le dispara ante el recuerdo irrespetuoso de una mano de tacto impuro. Se marea por las nauseas. Esquirlas de hielo le pinchan el estómago. Se imagina verde, con los labios comprimidos para evitar vomitar los duros fragmentos derretidos.
  Quiere gritar. Lo necesita con todas sus fuerzas, para lograr desprenderse del dolor y la impotencia. La voz no le sale, temerosa se oculta en un rincón del pecho. Algo parecido a un gemido se cuela entre sus labios pálidos.
  Siente miedo. Un miedo devastador que arrasa con sus fuerzas. Está agotada. Llena de debilidad trata de volver en sí. Cree percibir cierto calor en su piel desnuda. Los párpados tibios se mueven un poco.
  El tiempo sigue corriendo. Lento o rápido, pero se deshace en el reloj que aún lleva en la muñeca. Se duerme, en un sueño inquieto producido por el cansancio. La despiertan unos gritos. Alguien le saca la venda de los ojos (que no abre) y la toma en brazos. Se entrega a su victimario o rescatador, da igual. Mente en blanco.
                                                             
                                   *  *  *  *  *  *  *  *  *  *  *  *

  Pasaron días hasta que el miedo le permitió hablar. Siempre la seguía a todos lados. Le tapaba la boca con telas invisibles de acero oxidado. Se reía de sus palpitaciones y pesadillas. Sir ir más lejos, hacía su trabajo.
  Al principio, podía mantenerla encerrada. La hacía llorar por horas. Luego, fue perdiendo influencia sobre ella. Ya no logró contenerla entre cuatro paredes, ni deshacerla en llanto. Pero aún podía maltratarle el sueño. Incluso hoy tiene sus pequeñas victorias en ese ámbito.
  Uma puede dejar que las palabras broten. Puede recordar sin que se le contraiga el rostro. Puede reírse del miedo. Aprendió a hacerlo a un lado, y ser irreverente a su traje gris.

martes, 2 de noviembre de 2010

La despedida




  No quise acercarme. Mantuve una distancia que me pareció segura (y tal vez algo notoria), mientras intentaba sosegar mi pulso. Fue una tarea hercúlea para mis pobres nervios, porque ni siquiera podía respirar bien. Él se acercaba a mí con su valija desgastada. Yo apretaba los puños y me mordía la lengua para no llorar.
  Me observó; sentí el escrutinio al que me sometía. Ese estudio de mis gestos, tan experto y meticuloso. Sin querer fruncí los labios mientras comprimía un suspiro. Me sequé los ojos con risas forzadas. Temblé. Creo que sólo él pudo notarlo. Un leve temblor por el miedo a fallar con mi pantalla. Me escondí de sus ojos para que no pudiera averiguar más. Estaba consciente de que un choque más de pestañas me haría fracasar.
  Lo apartaron de mi lado (gracias a Dios) unos abrazos amigueros. Yo me quedé de piedra, mirándolo. No podía dejar de fijarme en su sonrisa tibia, dibujándola en mi memoria con tinta indeleble. Percibí cómo el tiempo se escurrió, sin contemplaciones de mi pequeño "colapso".
  Era mi turno de despedirme. No estaba lista. Nunca podría estarlo. Cómo dejarlo ir, así nada más. Lo abracé fuerte, con terror del adiós y sus consecuencias. Pensé en cuan angustiosa sería la soledad, cuanto odiaría la ausencia. Me quedé así, cerca de él, acompasando mi respiración a la suya, intentando separarme.
  Una risita nerviosa nos hizo volver a la realidad. Me sequé las lágrimas que ya no podía contener. Hice un esfuerzo atroz por regalarle una sonrisa decente, pero me salió rota y descocida. Algo dentro mío hizo un escándalo tremendo. Temí que alguien lo hubiera oído. Creo que fue mi corazón.
  Estoy segura de que él detectó la falsedad de mi sonrisa, la tensión que dejaba ver en las comisuras apenas levantadas. Descubrí mi pecho aún tibio por el abrazo. Luego vino el frío, al notar que nos separaban unos centímetros irrespetuosos. Que absurda me sentí, esa distancia se multiplicaría por mil dentro de horas.
 No sé en qué momento oí el "click" en mi cabeza, pero sí sé que no lo toleré más. Entonces me acerqué a él, llena de indecisión, y le robé un beso sin querer. Un beso para guardar en mi memoria, para que se lleve en la valija, y para que sepa que siempre me va a querer.