Atolondrada se chocó con el pétalo de un girasol, y se llenó de polvo nacarado. Mientras se sacudía, se le cayeron un par de colores. Se enojó con la imprudente flor, con su suerte y con el día.
Perseverante, intentó ubicarse sin demasiado éxito. ¡Maldita su brújula fallada, de categoría clase B y tecnología precámbrica! Siguió a la deriva, refunfuñando. El viento le hizo cosquillas, eso la calmó.
No supo de dónde vino aquel fogonazo. Sintió quemarse su interior a la vez que las alas se le derretían. Cerró los ojos, no sin antes ver cómo se acercaba un rostro conocido.
En la inconsciencia, percibió el tacto suave de sus manos cálidas, que la sostenían con miedo. Se apenó por ello, no quería que le temiera. Se durmió a la espera de un refuerzo, una colega que haga ebullición en la sangre dormida de la chica de ojos tristes.

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