Ese día todos estaban pegados a la radio. Se trataba de un nueve de noviembre destinado a hacer historia. Nunca las palabras fueron tan decisivas y esperadas. Los oídos de un lado y del otro permanecían atentos, casi en una comunión impensada.
-¿Ya podemos ir?-preguntó Derek. El niño tironeó del abrigo de su mamá. Ella lo miró, frunció la boca y se puso de rodillas a su lado.
-Aún no lo sé.
Una voz de acento italiano decía: ¿Cuándo se hará efectiva la medida?
Un corazón se detuvo. La sangre siguió corriendo. El aliento se hizo pesado mientras la respiración se volvía forzosa.
Los recuerdos, la angustia, esa impotencia maldita se hicieron humo cuando la respuesta se oyó de los labios de Schabowski.... "desde YA". El fallo al fin era dado.
Desde la ventana, cientos de ojos se fijaron en la condenada: la cortina de acero. Tantos años la vieron allí, inmóvil y fría, burlándose de ellos. El resentimiento les consumió los ojos. La odiaban. Esa cortina imbatible los hizo extraños de los amigos, enemigos de los hermanos. Se convirtió en un muro separando comidas y canciones.
Derek se arrimó hasta la puerta y giró el picaporte. Su mamá le sonreía mientras dejaba el abrigo y lo seguía. El pequeño caminaba por delante. Sus pies se enfilaban hacia la dura tela. Muchos más pies lo seguían, todos expectantes.
Nadie sabía cómo empezar, pero había que encontrar la manera. El muro se llenó de manos que escuchaban sus palpitaciones. Del otro lado las mismas manos copiaban el reconocimiento médico, actuando por invisible imitación. El hormigón se sacudió, se quitó el polvo de encima. Los guardias cayeron por el movimiento.
El más intrépido trepó hasta el muro e intentó domarlo. El renegado se le resistió, por lo que otros se acercaron para ayudar. Lo azotaron hasta quebrarlo. Sin piedad. Sin descanso. Lo desmembraron hasta matarlo. Con pasión sanguinolenta. Con satisfacción extrema.
Cuando el gigante cayó, el silencio de tantos años se apagó. Gritos y abrazos, en lo vestigios del muro y más allá de ellos, se olieron entre los escombros. Era un día especial, un nueve de noviembre.
Derek tiró, en esta ocasión, de la falda de su mamá.
-¿Ese es?- dijo señalando una figura que se acercaba entre la gente.
Su madre asintió con la cabeza. El hombre llegó hasta el niño, sonrió a la mujer y besó la cabeza de su hijo.

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