A mi amiguita futura odontóloga.
La vi dando vueltas, pasar una y otra vez por la entrada con el guardapolvo en la mano. Me pareció una de tantas, una de esas chiquitas con morbo y decididas que no tienen problema en poner la cara para conseguir lo que quieren.
La saludé para darle valor, “buenos días”, nada más. Me contó la historia a la primera. Que era estudiante, que necesitaba un cuerpo, que era muy difícil –casi imposible diría- conseguirlo por derecha, que era urgente, que si yo le podía dar una mano. Contuve la lengua y no expresé mis malos pensamientos. “Por supuesto” dije, haciéndome el capo del cementerio.
Le pedí el nombre y un teléfono, Carolina. Me lo pasó confiada, sonriendo mucho y asomándose un poquito para ver las primeras tumbas. Le dije que a la noche la iba a llamar, ni bien consiguiera lo que estaba buscando. Era algo complicado, porque quería un cuerpo completo y en lo posible que haya muerto de causas naturales. Cráneo, esqueleto, dientes, “si hace falta con carne y todo”. Cuando se fue, me quedé mirando el papelito con su número.
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Esa noche me tocó guardia, perfecto. No tenía intención de desenterrar ningún cuerpo, no soy boludo. Lo hice una vez, me mandé la cagada pero me salió bien. Por suerte el muerto no tenía parentela, y nadie notó la tierra removida ni que había sacado las flores. Tampoco podía ir a las fosas, porque todo eran huesos y tampoco es que yo supiera de anatomía para andar armando esqueletos como si fueran rompecabezas. Así que finalmente decidí a recurrir a los nichos. No me gustaba mucho la idea, porque esa gente parece dormida más que muerta. La posición en la que están me debe provocar sugestión, ya no soy un pibe.
Elegí un nicho al azar, y saqué el cuerpo que me quedaba más cómodo, uno a la altura de los hombros. Los de esa ubicación suelen ser los más caros, pero también los menos visitados. Mi teoría es que las familias se sacan la culpa pagando, y después se acercan nomas para los aniversarios.
El ganador era un hombre nacido en el 77 y muerto hace menos de diez de años. Tenía un poco de pelo, pero por suerte para mi pequeña cliente, nada de carne. Comprobé que conservaba todos los dientes excepto dos muelas (dos molares y un incisivo me corregiría después Carolina), esqueleto intacto y el cráneo con una pequeña fisura. Puse todo en una bolsa que encontré en la morgue, y a las nueve y media le estaba mandando un mensaje a la piba. Le pedí que viniera a las once, con trescientos pesos y sola. Me hizo caso.
Estaba contentísima. Agarró la bolsa como si fuera un regalito de navidad sin dejar de sonreírme. Corregí mi primer pensamiento de que era una de tantas. Ésta era particularmente morbosa, y encontraba en mi trabajo algo fascinante.
¿Qué se siente trabajar acá? No supe bien qué contestar, si lo que realmente pensaba o lo que ella esperaba escuchar. Me decidí por la segunda opción. Es algo increíble dije, es muy tranquilo y el tiempo se pasa volando. Psss mentiras, el lugar era tranquilo, sí, tanto que cada hora se multiplicaba por veinte. Pero ella lo creyó, me dio la plata y se fue.
La vi arrastrar la bolsa con una espeluznante satisfacción, y ponerla en el baúl del auto que la esperaba en la esquina.
La vi arrastrar la bolsa con una espeluznante satisfacción, y ponerla en el baúl del auto que la esperaba en la esquina.
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