miércoles, 13 de agosto de 2014

Fiu

Ella se sacó la cabeza y se fue a dormir
porque muy tarde era y mucho se había dicho.

domingo, 6 de julio de 2014

Importancias

Lo que importa es la mirada.
Lo que importa es que me mires.
Lo que importa es abrir los ojos y descubrirte ahí,
tranquilo, confiado, todavía con los sueños
encima, contándome qué lindos fueron,
qué locos, qué reales, qué fuertes.
Lo que importa es que sonrías,
que siempre sonrías,
que seas lo más brillante que tengo.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Experiencia Premium


Julián González casi no pudo dormir esa noche. Había discutido con su mujer porque la salsa de los ravioles estaba muy ácida, aunque en realidad no le importaba eso, sino el desprecio con que lo había mirado cuando se lo hizo notar. Las cosas no estaban bien, ni entre ellos ni en el país. Para esa mañana estaban programados tres piquetes y hacia la tarde la cantidad se multiplicaría por cuatro. Un verdadero caos.

La familia Anderson llegaría en una hora y todo estaba perfectamente planificado. Julián había cruzado información entre diez policías, cinco sindicalistas y siete piqueteros que le debían varios favores, y que por supuesto tendrían su debida comisión. Los Anderson pagaban muy bien. El más excéntrico era el padre, un cuarentón inglés demasiado tranquilo y con atracción por la contemplación de la miseria. La mujer simplemente lo seguía y cuidaba de sus hijos, dos niños flacos y rubios que sentían desprecio por todo lo diferente.

En la calle todos estaban nerviosos. A la menor distracción de un conductor el resto le tocaba bocina hasta aturdirlo, y los peatones tenían que correr sino querían ser atropellados. Julián llamó a la oficina y avisó que estaba en camino al aeropuerto. A los pocos minutos llegó, estacionó y fue a buscar a sus clientes.

— ¡Buenos días, buenos días! Qué gusto que estén aquí nuevamente, esta vez sí que tienen para entretenerse. —Julián habló con su tono más simpático y vendedor. El show había comenzado.

—El gusto es nuestro, tenemos muchas expectativas. —El señor Anderson extendió la mano y sonrió mostrando sus dientes recientemente blanqueados. —Desde el avión distinguimos un poco de humo, ¿puede ser?

—Sí, sí. Hace unas horas comenzaron a quemar gomas en diferentes puntos de la ciudad. Sería conveniente comenzar hoy mismo con el recorrido… a menos que quieran irse a descansar. —Julián percibió la impaciencia en los rostros de los viajeros, y a pesar de que hubiera dado lo que sea por ver el estreno de la película de Olivera, suspiró y los guió hacia su auto.

—Vamos entonces.

Los Anderson habían comprado el paquete Premium. La oficina de turismo de la ciudad de Buenos Aires les ofrecía alojamiento, comida y un guía para el tour principal: los piquetes. Julián no entendía por qué los extranjeros tenían esa morbosa fascinación por ver cómo la gente prendía fuego las gomas de los autos, pero ese no era su problema. Él hubiera gastado toda esa plata en una lancha y se hubiera perdido en el Tigre durante un mes, pero qué importaba.

La primera parada fue a las once, en pleno microcentro, con varias docenas de encapuchados rodeando tachos de basura en llamas. Algunos llevaban carteles de reclamo y de lucha, otros simplemente puteaban a diestra y siniestra a todo aquel que se reconociera político.

El señor Anderson sacó su cámara y se acercó lo más posible. Con pasión antropológica fotografió los pies descalzos, las panzas escuálidas, los rostros sucios de cenizas. Pero una nena jugando con el fuego le llamó tanto la atención que no escuchó las advertencias a su alrededor. Cuando terminó, volvió con su familia.

—Linda la criatura, ¿no? Parece un animalito fascinado por el calor.

Julián apenas pudo contener las ganas de vomitarle encima. Pero caminó hasta el auto con su mejor sonrisa, pensando cómo sería de fácil que una bala perdida terminara en su cabeza.

                         

miércoles, 7 de mayo de 2014

El escondite perfecto




Todas las tardes después del jardín, Noel venía a jugar a lo de mi abuela. Era mi mejor amiga pero nos peleábamos mucho. Casi siempre la discusión surgía porque una quería jugar a una cosa y la otra no, entonces nos demorábamos un tiempo infinito en decidirnos. Cada una daba sus argumentos, algunos racionales, otros afectivos, algunos, incluso, amenazantes. Luego se escuchaba a la otra y negociábamos. Generalmente yo era mejor oradora y ganaba, pero ella lloraba y a mí me daba culpa, entonces le daba el gusto.

Ese día, sin embargo, ella tenía muy buen humor. Las dos estábamos colgadas de la calesita para tender la ropa, pateando el aire y sintiendo cómo se nos estiraba toda la espalda. Habíamos terminado de tomar la leche hacía un rato y ya nos estábamos aburriendo.

—Hoy nos toca la escondida, ayer hicimos lo que vos querías—dije dando mi primera y más valiosa razón. Sin embargo, traté de no parecer tan desesperada, aunque lo estaba. Después de cansarme de que siempre me encuentre debajo de la cama o atrás de la pileta del baño, había dado con el escondite perfecto.

Yo siempre fui un poco más valiente que Noel. Ella le tenía miedo a las alturas, a los perros, a la oscuridad, a las malas palabras y a mí cuando tenía ideas locas. Por ejemplo, casi se muere cuando me vio saltar desde el paredón de mi abuela hasta un inflable que puse estratégicamente en el centro del patio; o cuando casi prendo fuego la casa por querer descubrir las propiedades de crecimiento del fuego. Por eso, sabía que ésta vez ella no me iba a ganar.

—Ay, Bárbara, pero es re aburrido, siempre te encuentro enseguida—me contestó, y sentí que casi perdía.

—Pero, pero, ésta vez te voy a sorprender. Dale, tonta, juguemos y te dejo elegir el resto de la semana—contraataqué defensivamente, sabiendo que era una oferta que no podía rechazar.

Ella aceptó, por supuesto, y se fue derechita a la pared del patio a contar. Hace mucho tiempo habíamos dejado de usar números. Para que no hubiera trampas ni errores, repetíamos  “sobreesdrújula” diez veces, lo que nos permitía llevar el registro con los dedos de las manos.

Ni bien Noel comenzó a contar, salí corriendo por el pasillo, la despisté moviendo la puerta del baño y de la pieza que había sido de mi mamá, y me fui hasta la de mis abuelos. Allí comenzó el desafío. Mi escondite era  el último módulo del placard, donde se guardaban las sábanas. Era perfecto: alto, bien alto.

Me paré en la cama tratando de no pisar el acolchado, abrí un poco la primera puerta del placard donde había una repisa que me serviría de apoyo y trepé después de dar un preciso salto. Una vez arriba, entrecerré la puertita para que corriera el aire y esperé.

Noel ya había empezado a buscarme. Escuché sus pasos en la cocina cuando vi entre las sábanas una bolsita de los mandados llena de papelitos. Haciendo el menor ruido posible la abrí y lancé un grito. Una por una fui sacando las cartas que le había hecho a Papa Noel, a los Reyes Magos y al Ratón Pérez. Todas cartas que mi mamá me había visto escribir y juró entregar. Entonces sentí que Noel entraba en la pieza y me escuché respirar fuerte, conteniendo las lágrimas. Y vi como un palo de escoba abría la puerta de mi escondite, del escondite de todos.

—¡¡¡Te encontré!!!




martes, 6 de mayo de 2014

Cotidianos

Me buscaste entre recuerdos, entre presentes, entre historias
que se mixturan y se hacen una, tan infinita, tan tuya y mía,
tan de los que dijeron quererse con miedo pero se amaron
sin preguntar.

Y te quedaste conmigo, bien cerca, haciendo que todos los días
yo sepa qué la felicidad existe.



Sobre las soluciones

No tengas miedo, no te escondas,
que las luces te siguen y no lo podés evitar.
Siempre fue así,
luchas inconscientes y monólogos que te cortan el sueño
y los nervios,
ese tic recurrente ,
esta mano acariciándote.
"Todo se va a arreglar, todo tiene solución" dijiste
antes de llorar.
No llorés, no te escondas,
que es verdad,
mañana será otro día.

viernes, 7 de marzo de 2014

Círculos

A veces las conversaciones vuelven nítidas,
palabra por gesto,
gesto por silencio.
A veces las fuerzo, las deformo,
imagino que empezaron diferentes y terminaron igual,
siempre terminaban igual.
A veces improviso, te pido que te olvides,
que te acuerdes, que no te aguantes nada
porque eso no hace bien.
Y te veo caminar despacio,
pensando,
girando,
diagonizado.
Y yo acá te espero, tranquila,
sabiendo,
amando(te):

domingo, 2 de marzo de 2014

18 meses

Los meses se suman, sedimentan, se hacen polvo en el piano,
y vos seguís mirándome como quien mira el sol,
gracias.