-Qué bonita está.
-Sí, muy bonita- respondo con los ojos rojos.
La nena se mueve de acá para allá, saltando, ajena. Cada tanto hace señas para que la mamá le saque una foto. Cada tanto también me mira y sonríe.
En una de sus piruetas la profesora la ataja y la lleva a un costado con sus compañeras, pronto va a comenzar la presentación. Todavía tengo la cara húmeda y siento el pecho pesado, pero me siento con fuerza en la silla y me obligo a quedarme. Tal vez no sea tan grave, tal vez pase más rápido de lo que pienso.
A lado mío mi papá alterna miradas, su atención va de la nena inquieta a mí. Ignacio me pregunta si trabajo, si estudio, si me gustan las pelis de vampiros, si me gustaría jugar con él algún día, si me cae simpático. Bendigo a los niños porque nunca hacen preguntas por compromiso, nunca dirían "¿Cómo andas?" esperando que le digas "bien" y sólo eso. Voy respondiendo, tímida, a su curiosidad. Empiezo a trabajar en febrero, estudio, me encantan, me encantaría, sí.
La madre de la nena insiste en hacerme parte con sus fotos. Aprecio su intención, pero estoy segura de que mi sonrisa no es la mejor. Aún así hago el intento de contraer los labios. Espero no haber salido tan mal.
En el salón las chiquitas agarran aros, cintas, sogas. Se mueven con la música y con ganas. Me distraigo mucho con una nenita de blanco que parece de goma, creo que le dijeron Celeste, y no para ni un minuto.
Pienso que los que me ven deben creer que estoy muy emocionada, que estoy yendo a ver a mi hija o algo así. Yo misma me cuestiono qué estoy haciendo, por qué y cómo. Mi papá me dice "mirala, mirala, ahí se subió a las telas". Y la miro con ojos extraños, nuevos, con mirada de quien intenta ver más allá. La nena se concentra, se trepa, saluda desde allá arriba, espera la fotos, busca a sus papás, casi que agradece con la sonrisa.
Bien de adentro me nace un llanto nuevo, intenso, una resignación angustiosa y necesaria. Surge la certeza de que yo pude ser esa nena, pero que no la fui, que soy esta mujer, al lado de este padre, con los ojos llorosos y el miedo maravilloso de estar conociendo a sus hermanos.
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