La mujer del libro rojo llevaba una respuesta en medio de la nariz
y las manos firmes en el lomo revoltoso que se quería abrir.
Con los pies apurados se impulsaba por la rambla esquivando caracoles
y aplastando, divertida, hojas parlantes de colores.
Qué humedad, pensaba. Crush crush el suelo hacía.
Y ella resbalaba con los zapatos pegoteados y los dedos apretados.
No llego más, pensaba. Crush crush otra vez.
Y ella que temblaba de cansancio sosteniendo la respuesta
que se caía despacio, despacio.
Verdad es que muchos la miraron con envidia,
porque ella era capaz de mucha destreza.
Firme caminaba con el libro rojo
y la respuesta a la altura de la boca,
sin quejas y sonriente.
La mujer se sentó entonces en un banco a esperar,
a eso, ni mucho más ni mucho menos.
Esperar era otra destreza que poseía,
como la de cerrar los ojos y quedarse dormida.
Verdad es que muchos la miraron con ternura,
porque se puso a cantar bajito para la luna.
Y alguien de pronto se sentó con ella,
a escuchar la historia de una silla vieja.
El final era tan gracioso que la mujer se rió
y dejó abrirse al libro y caer a la respuesta,
que formaron un cuento nuevo y corto
sobre una mujer, un libro rojo
y caracoles agradecidos.
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