Ella se para contra la pared,
apoya la espalda desnuda
el pelo revuelto
los pies descalzos.
Ella estira la mano siguiendo la luz,
crea una sombra infinita
el dibujo del tiempo.
Él estira la mano siguiéndola a ella,
crea una foto
un instante imposible.
Él se acerca a la pared,
apoya la cabeza en donde hubo un flash
cierra los ojos
la besa.
domingo, 12 de mayo de 2013
miércoles, 8 de mayo de 2013
Había una vez
La mujer del libro rojo llevaba una respuesta en medio de la nariz
y las manos firmes en el lomo revoltoso que se quería abrir.
Con los pies apurados se impulsaba por la rambla esquivando caracoles
y aplastando, divertida, hojas parlantes de colores.
Qué humedad, pensaba. Crush crush el suelo hacía.
Y ella resbalaba con los zapatos pegoteados y los dedos apretados.
No llego más, pensaba. Crush crush otra vez.
Y ella que temblaba de cansancio sosteniendo la respuesta
que se caía despacio, despacio.
Verdad es que muchos la miraron con envidia,
porque ella era capaz de mucha destreza.
Firme caminaba con el libro rojo
y la respuesta a la altura de la boca,
sin quejas y sonriente.
La mujer se sentó entonces en un banco a esperar,
a eso, ni mucho más ni mucho menos.
Esperar era otra destreza que poseía,
como la de cerrar los ojos y quedarse dormida.
Verdad es que muchos la miraron con ternura,
porque se puso a cantar bajito para la luna.
Y alguien de pronto se sentó con ella,
a escuchar la historia de una silla vieja.
El final era tan gracioso que la mujer se rió
y dejó abrirse al libro y caer a la respuesta,
que formaron un cuento nuevo y corto
sobre una mujer, un libro rojo
y caracoles agradecidos.
y las manos firmes en el lomo revoltoso que se quería abrir.
Con los pies apurados se impulsaba por la rambla esquivando caracoles
y aplastando, divertida, hojas parlantes de colores.
Qué humedad, pensaba. Crush crush el suelo hacía.
Y ella resbalaba con los zapatos pegoteados y los dedos apretados.
No llego más, pensaba. Crush crush otra vez.
Y ella que temblaba de cansancio sosteniendo la respuesta
que se caía despacio, despacio.
Verdad es que muchos la miraron con envidia,
porque ella era capaz de mucha destreza.
Firme caminaba con el libro rojo
y la respuesta a la altura de la boca,
sin quejas y sonriente.
La mujer se sentó entonces en un banco a esperar,
a eso, ni mucho más ni mucho menos.
Esperar era otra destreza que poseía,
como la de cerrar los ojos y quedarse dormida.
Verdad es que muchos la miraron con ternura,
porque se puso a cantar bajito para la luna.
Y alguien de pronto se sentó con ella,
a escuchar la historia de una silla vieja.
El final era tan gracioso que la mujer se rió
y dejó abrirse al libro y caer a la respuesta,
que formaron un cuento nuevo y corto
sobre una mujer, un libro rojo
y caracoles agradecidos.
A mi amor.
A la derecha de tu mano mi espalda zigzaguea
ondulante
ronronea,
se dobla.
Y en el lugar secreto
donde todo acaba
un suspiro se derrama
silencioso,
por vos.
ondulante
ronronea,
se dobla.
Y en el lugar secreto
donde todo acaba
un suspiro se derrama
silencioso,
por vos.
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