Se toca la nariz, sonríe, lo mira con ojos grandes. Dice que no entiende, que no quiere, que ya es tarde, que lo siente, mucho. Le dice que no, que sí, que tal vez, que veremos, que sos un pelotudo. Él la mide, la pesa, la analiza con diciembre al lado. No encaja, no es, no sirve.
Hace frío, mucho frío. Otoño por todos lados. Ella tiene una bufanda colorinche, pero al menos tiene una, no como siempre, como nunca, cuando el cuello se le pone de gallina y se queja de su imprudencia. Qué dolor de cabeza, no se calla, no dice nada, dice lo que él no quiere escuchar. Pide perdón, se retracta, se contradice, se vuelve una idiota mirándolo a la boca.
La mide, la pesa, la analiza. No entiende nada. Nunca entendió nada. Nada de nada, porque pensó de más y no pensó cuando hacía falta. Y ahora la piba se queda quietita, no se acerca, ni respira. Y ahora la piba lo quiere como siempre, pero ya no quiere lo que él da. Que es tan poco, tan sólo por hoy, por mañana y gracias. Perdón, le pide perdón a la chica de los ojos tristes.
Callate. Callate de una vez. Él no para de decir boludeces. Se arrepiente de todo, de la nada que hizo, de lo mucho que se olvidó de hacer. Casi llora, pero no, no es de esos. La abraza, la tiene fuerte de la espalda, de la cara, de la cintura, de los pulmones. La intenta besar, pero ella se queda helada. Lo mira, lo llora, lo putea en silencio, lo desea, lo ama, pero ya no lo necesita.
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